domingo, 11 de mayo de 2008

Lluvia


Llueve lento sobre tu cemento
Ciudad gris, color del pasado,
El viento choca las paredes,
El aire, o es humo, o no puede,
La gente allá abajo sobrevive,
El sol no llega a sus rostros,
Tarde fría, infierno apagado,
Y la música de los pájaros
Calla ante la sinfonía metálica,
Ante el canto distorsionado del acero...


Llueve, casi como un milagro...
Los ángeles lloran por la tristeza
De un Dios sorprendido, apesadumbrado,
De lo que ya se le fue de las manos.

Llueve como mis lágrimas,
Sobre mi piel ansiosa, sedienta,
Y nadie sabe que estoy llorando,
Porque me escondo bajo la lluvia
Sobre el pavimento buscando
Cuánto tiempo me queda de vida
O cuán grande, tierra, es tu herida...



Fer Guilla

Solo



Acaso el viento que hace cantar a las hojas
Se olvidó de mi rostro?
Busco incesante su caricia espesa, su tenue inducción
Mientras mi voz suspira su frescura perdida…

Entre oscuridades aprendidas y luces escondidas
Mi memoria recuerda solo su canción,
recuerda su insistente abrazo, su acoso de viento,
y me recuerda una mujer, aquella como el viento
que me abrazaba y hacía cantar mis hojas…
aquella que acaso olvidó mi rostro…

El hecho es que debo callar por ser mal poeta,
Por tener memoria mientras nadie me recuerda
Por ser una hoja mas que cantaba,
Porque a veces el silencio es más cantor.

Debo callar, siguiendo fiel
A aquel presagio de mi instinto,
El camino que marcan los duendes de mis sueños
Y encontrar allá, al final del camino,
Envuelta en viento, una mujer…
Entonces sabré que no fue en vano, tanta memoria
Y tanto olvido, y tanto camino,
Y tantas canciones…

Fer Guilla

domingo, 4 de mayo de 2008

A tu lado



A veces oscuras nubes ocultan un sol contenido,
Y a través de un frío apagado se siente su cálida caricia
Espesa y sublime, siempre presente como la ausencia.


A veces los días grises emulan una tristeza templada
Y nuestros ojos simulan húmedas lágrimas postergadas,
Sin embargo la sangre sigue latiendo su comparsa corriente.


A veces sentimos los pasos perpetuos de un reloj disonante
Como una condena interminable de una soledad sostenida,
Sin embargo, cadencioso su ritmo,
marca nuestro paso maravillosamente inquietante.


A veces, simplemente a veces,
un poema se escurre entre mis manos,
Para que en un estrecho abrazo entre tinta y escuálido papel,
Pueda decirte que puedes ser mi sol y mi sangre, mi tiempo y mis palabras.


A pesar de las nubes, de las lágrimas, de los segundos y de las palabras,
Simplemente a veces, puedo verte y puedes verme,
y nace la promesa de venideros días festivos, a tu lado…


Fernando Guillamondegui